martes, 20 de enero de 2015

20 enero 1896 las ruinas de la iglesia románica de San Pelayo y San Isidoro son cedidas al Ayuntamiento




En el Parque de El Retiro se hallan desde finales del siglo XIX las ruinas de una pequeña iglesia románica abulense del siglo XI, que aún hoy una mayoría de madrileños  no  se  ha  percatado  de  su  presencia.  




Todo  Madrid  ha  paseado cientos de veces por El Retiro, y muchos son los que ignoran la existencia de la Montaña Artificial o el origen de la Casita del Pescador, y sobre todo las ruinas de la iglesia románica. Eso es lo realmente sorprendente; no su historia, sino su procedencia, el porqué de su ubicación en El Retiro y quien fue Emilio Rotondo y Nicolau, el ilustre personaje que la trajo a Madrid tras haberla comprado en Ávila.


Casita del Pescador


Emilio Rotondo, ingeniero, coleccionista y paleontólogo, fue todo un personaje relevante del siglo XIX, que llegó a fundar su propio museo arqueológico en Madrid, en la sede de las Escuelas Aguirre, a unos pasos de la puerta de El Retiro de acceso al Paseo de Coches, muy cerca también de la bella iglesia románica del siglo XI, que había adquirido en Ávila, en 1884, en una subasta tras la desamortización de Mendizábal, la cual acabó vendiendo al Estado y que al cabo del tiempo, el Ayuntamiento ubicó desde 1897 en el extremo superior izquierdo del parque de El Retiro, a unos pasos de la Montaña Artificial o de los Gatos, y de la Casita del Pescador.



Ávila reclama los restos de una iglesia románica enclavada en El Retiro, por Sara Medialdea, ABC 27/­9/­2004

“Los restos de la iglesia de San Isidro, una ermita románica de la ciudad de Ávila que se trajeron a Madrid a finales del siglo XIX, reposan en El Retiro entre plantas  que  crecen  descontroladas  y  la  visita  habitual  de  grafiteros.  




El Ayuntamiento de Madrid ha redactado un proyecto de limpieza y conservación para este templo, cuya vuelta a Ávila reclaman desde hace años historiadores abulenses,  y  ahora  también  lo  va  a  hacer  el  Gobierno  municipal  de  dicha localidad. Las ruinas de este antiguo templo están situadas junto a la Montaña Artificial, en la entrada al parque de El Retiro por el cruce de O´Donnell con Menéndez Pelayo. Casi nadie sabe qué son aquellas piedras atacadas por el verdín y por el dudoso sentido artístico de los grafiteros. De hecho, ningún cartel advierte que los restos pertenecen a la Iglesia de San Isidro, procedente de Ávila y que llegó a Madrid en 1983. El área de Vivienda y Rehabilitación del Ayuntamiento madrileño, que dirige el concejal Sigfrido Herráez, ha aprobado un proyecto para reparar lo que queda de este templo. El propio concejal lo define como «el gran olvidado: muy pocos saben que es un vestigio histórico de Ávila». Entre los trabajos programados, se incluye la instalación de una placa que identifique el monumento.


Los  restos  han  sufrido  daños  durante  este  tiempo,  debido  no  sólo  a  las inclemencias meteorológicas, sino también a la acción humana y a la voracidad vegetal: en algunas zonas, las plantas se «comen» la ruina. Está prevista una limpieza  de  las  piedras,  que  recibirán  también  un  tratamiento  contra  la acumulación de microorganismos y excrementos de aves, entre otros trabajos, todos ellos con un coste global de 27.367, 22 euros. Pero tal vez no permanezca mucho tiempo en su ubicación actual: desde Ávila, reclaman lo que fue suyo. 

El cronista  oficial  de  la  ciudad  abulense,  Aurelio  Sánchez  Tadeo,  lleva  años recopilando información sobre el tema. El Ayuntamiento de Ávila reconoce que «es intención del Gobierno municipal solicitar que se devuelvan estos restos, aunque aún no ha habido contactos en este sentido» entre ambos Consistorios, indican.


Según los datos recogidos por Sánchez Tadeo, San Isidro es una de las varias iglesias románicas que existían extramuros de Ávila en el siglo XIII. En un principio, fue llamada de San Pelayo, pero luego pasó a San Isidoro ­que derivó en Isidro­ porque la comitiva que portaba el cuerpo del santo obispo hizo una parada  en  su  capilla.  «La  compró  un  particular,  en  la  desamortización  de Mendizábal, y éste a su vez la vendió a otro, Emilio Redondo Nicolau, que la trasladó a Madrid». 

En la ciudad, primero se instaló en los jardines del Museo Arqueológico,  y  más  tarde  ­por  desavenencias  entre  los  miembros  de  la Academia  de  Bellas  Artes  de  San  Fernando  sobre  la  conveniencia  de  esta ubicación­ se llevó al parque de El Retiro. 


Inauguración del Museo Arqueológico el 9 de julio de 1871 por el rey Amadeo de Saboya


Cánovas del Castillo se interesó por el proyecto, y fomentó la idea de reconstruir la iglesia en El Retiro. Pero la muerte de  Cánovas  frenó  el  proyecto,  y  los  restos  fueron  cayendo  en  el  abandono, perdiéndose incluso algunas piezas con el paso del tiempo. «Hubo ­añade el cronista  de  Ávila­  un  nuevo  intento  de  llevarla,  en  1955,  a  la  Ciudad Universitaria, pero finalmente no prosperó». El edificio siguió, por tanto, en El Retiro, donde está ahora, y desde 1992 se incluyó en el Plan de Rehabilitación de Monumentos.

Cánovas del Castillo

Sánchez Tadeo alberga la esperanza de que la iglesia de San Isidro vuelva a Ávila, y en Madrid quede una reproducción. «Sería la primera cosa que sale de allí y vuelve», se duele: «Se llevaron las pizarras visigóticas con el testamento del rey Wamba, y no volvieron; se fue la Biblia de Ávila, la más antigua de España, y tampoco ha regresado; y también varias tablas de Berruguete». El concejal madrileño Sigfrido Herráez no lo ve descabellado: «Es razonable que en algún momento, los restos vuelvan a su lugar original. Madrid es generosa; recibe pero también da». En cualquier caso, recuerda que es una decisión a tomar por el alcalde madrileño, Alberto Ruiz­Gallardón. Mientras se toma la decisión, las piedras que quedan ­del ábside y la portada meridional­ conviven en  El  Retiro  con  los  restos  de  una  noria  del  siglo  XVII,  enterrada  bajo  un montículo  de  tierra  adosado  a  las  ruinas  y  que  fue  descubierta  durante  la rehabilitación de la iglesia abulense realizada en 1998.”


La Iglesia de San Pelayo y San Isidoro de Ávila, en El Retiro de Madrid, por Francisco Javier de la Fuente Cobos, 2007, en la web oficial de Amigos del Románico


“Una vez apaciguado el miedo que envolvió a las gentes por el paso del año mil, el Viejo Mundo sufrió una revolución como jamás ha vuelto a suceder. Fluyeron cambios sociales, políticos y religiosos cual ríos ávidos por llenar el máximo espacio posible. En el tema que nos ocupa, el religioso, surgió una expansión sin igual en la que se construyeron y reconstruyeron infinidad de templos, se refundaron monasterios y, allí donde no los hubo, se fundaron. Como dijera Raúl Glaber en 1048: el mundo sacudió su vetustez para ceñirse con frescura un manto  de  santuarios  blancos.  Es  el  surgir  del  románico,  arte  sacro arquitectónico, escultórico, pictórico, mueble, que comprende desde la segunda mitad del siglo X hasta mediado el XIII, ya en el comienzo del Gótico.


En estos dos siglos y medio, se fundan importantes monasterios que serían centros neurálgicos de esta expansión. Cluny y Clairvaux son dos significativos ejemplos. También surgen las rutas e Iglesias de Peregrinación en ciudades que, como Roma, Santiago de Compostela y Jerusalén, serán los pilares de la Cristiandad. Pero no todas estas maravillosas obras, fruto de la mano de un hombre  ansioso  por  purgar  sus  pecados,  han  llegado  a  nosotros.  Algunas resisten: la mayoría de éstas han sido modificadas por estilos posteriores como el Gótico y el Barroco; otras muchas hace ya tiempo que nos dejaron. Son esa triste  cantidad  de  muros  arruinados  que  campean  a  lo  largo  y  ancho  del territorio europeo.


El  objeto  de  este  trabajo,  es  una  de  esas  ruinas.  Una pequeña iglesia que vio su esplendor cuando acogió el cuerpo de uno de los santos más trascendentales de la cultura cristiana y que no pudo con el paso de los años. Ahora asiste melancólica a que lo poco que queda de ella caiga en el olvido. 




El Maestro de la Edad Media: San Isidoro nace en Cartagena en el año 556. Era el  menor  de  tres  hermanos.  Al  quedar  huérfanos  en  edad  temprana,  la educación recaería sobre el hermano mayor quien le abriría los ojos y la mente al conocimiento. Compartiendo una profunda humildad y caridad, llegó a ser uno de los hombres más sabios de su época. Entre sus obras escribió un tratado de astronomía y geografía, varios libros sobre los valores del Antiguo y del Nuevo Testamento y varios tratados teológicos y eclesiásticos entre otros de incalculable  valor.  Pero,  sin  duda,  su  principal  contribución  serán  las Etimologías, una “summa” de todos los conocimientos antiguos condensando los principales resultados de la ciencia de la época, siendo uno de los textos más empleados hasta mediados del siglo XVI. 

San Isidoro en la escalinata de la Biblioteca Nacional

Siendo Obispo de Sevilla (episcopado que duró treinta y siete años), fundó un colegio eclesiástico y convirtió a los Visigodos  al  Catolicismo.  Presidió  el  Concilio  de  Sevilla  (619)  y  el  cuarto Concilio de Toledo (633) donde muchos de los decretos fueron aportados por él. En  su  lecho  de  muerte,  pidió  perdón  por  todas  sus  faltas,  perdonó  a  sus enemigos y suplicó al pueblo que rogara a Dios por su alma. Repartió todas sus posesiones entre los pobres y falleció el 4 de abril del año 636 a los 80 años de edad. La Santa Sede le declaró Doctor de la Iglesia en 1722.

San Isidoro de Ávila. Amanecer y Ocaso: En el año de 1062, Fernando I El Grande, Rey de León y Castilla, decide trasladar de la capital hispalense a la del reino (León dejó de ser capital del reino en 1230) el cuerpo de Santa Justa, martirizada  en  la  ciudad  del  Guadalquivir  por  causa  de  la  persecución  de Diocleciano. Para ello se envió una embajada compuesta por el Obispo de León (Alvito), el Obispo de Astorga (Ordoño), el Conde Nuño y dos notarios (Gonzalo y Fernando) que atestiguaran cuanto aconteciese. A pesar del objeto del viaje, totalmente  pacífico,  les  acompaño  una  escolta  armada.  Tras  un  año  de búsqueda no encontraron el cuerpo de la Santa, pero sí el de un hombre al que se identificó como el de San Isidoro. Cuenta la leyenda que el Santo se apareció en sueños al Obispo de León diciéndole dónde descansaban sus huesos. San Isidoro, “el que había atesorado en vida la más preclara inteligencia y virtud en la España Visigoda”, es exhumado e introducido en un arca de madera. Tras negociar la adquisición y traslado del cuerpo con Abbad ibn Muhammad Al­Mu´tadid, Rey Taifa de Sevilla (1042 – 1069), encaminan sus pasos hacia León. Pero llegados a la ciudad de Ávila se ven forzados a parar ya que el Obispo Alvito enferma, falleciendo el Prelado a los siete días. El lugar de reposo del Santo durante estas tristes  jornadas  fue  la  pequeña  ermita  de  San  Pelayo  que,  desde  entonces, cambió su advocación por la de San Isidoro. Finalmente, como es sabido, los restos del Santo fueron depositados en León en la primitiva basílica de San Juan (hoy Real Basílica y Panteón de San Isidoro).




El hecho de haber albergado el cuerpo de un Santo, auténtica reliquia, hizo que la feligresía y economía de la ermita de San Isidoro creciera, situación que permitiría que en 1116 se hicieran mejoras que le dieron su actual aspecto, y que en 1232 tuviera una nueva consagración: “in honorem S. Marie, Deo Christi, Pelagio Ipfe me Pedro Abulense quedamq varones vere christiani confirmavit arq confrecavit Ecclesiam reducta est Isidorum, Chalendis nobebris. Era. 1270. ano. 1232. Et in honores Divi Marie fecit consecrare hanc Ecclesiam cvivs anime Requiescat impace. Amen”

Pero con el paso de los siglos iría decayendo, siendo parroquia hasta el siglo XVI y pasando posteriormente a depender de la Iglesia de San Nicolás. En el siglo XVII se realizó una nueva reforma, promovida por el obispo Martín de Bonilla, en la cual se levanta una sacristía al sur entre la cabecera y la portada. A Causa de la Desamortización caería en ruina y, como último daño, la gente se encargaría  de  reutilizar  los  derruidos  sillares  para  su  propio  provecho.  A finales del siglo XIX, sólo quedarían la cabecera, parte de los muros con la portada meridional y la techumbre.




La compra de la ermita: D. Emilio Rotondo y Nicolau compra la ermita a la Asociación de Labradores de Ávila, no sin cierta polémica burocrática, por un precio inferior al de su valor y desescombra el edificio, derriba lo que está en mal estado y lo que puede aprovechar lo numera y desmonta para guardarlo cuidadosamente. No pasa mucho tiempo cuando este particular traslada los restos a un hotel de las cercanías de Madrid para vendérselos al Estado tras su fallido intento de hacerlo, por 50.000 Ptas., al Ayuntamiento de San Sebastián. Antes de realizar la compra, el Gobierno solicita una serie de informes a la Real Academia de la Historia y al arquitecto D. Juan de Dios de la Roda y Delgado. Estos documentos constatan continuamente el valor de las ruinas. Finalmente se realizaría la compraventa por una cantidad casi veinte veces superior a la que pagara D. Nicolau.




En  1894  se  proyecta  reconstruir  la  ermita  en  los  jardines  del  Museo Arqueológico Nacional para que pudiera ser mostrada, y como si de un acto didáctico se tratara, celebrar en ella la Santa Misa, los domingos y festivos, por el rito Mozárabe. Para ello se solicitó a S. M. la Reina María Cristina, Regente de D.  Alfonso  XIII,  que  escribiera  a  Su  Santidad,  Pío  X,  con  el  fin  de  que concediera una Bula que permitiese celebrar con el antiguo rito. El Vaticano aprobaría la propuesta, pero todo quedaría parado, desmontándose de nuevo los sillares y volviendo a guardarlos. Cánovas del Castillo retoma el proyecto y traslada, en 1897, las ruinas al Retiro; pero todo sufriría un nuevo parón, y en 1916  “…por  el  suelo  están  diseminados  fustes,  capiteles,  trozos  de  cornisas, restos de ventanales y otros despojos”. Ese mismo año, D. Adolfo Fernández Casanova presentaría un nuevo proyecto, el cual tampoco se llevaría a cabo, y en la década de los 50 se plantearía trasladar las ruinas, una vez más, a la Ciudad Universitaria, pero se desestimaría y quedarían donde hoy se pueden contemplar.

Se podría decir que San Isidoro no tuvo una posición privilegiada. Levantada al suroeste junto al Río Adaja, extramuros de la ciudad, en un sitio apartado, y al sur del arrabal de Santiago, asentamiento de judíos y moros, asistía muda a cómo  otras  edificaciones  religiosas  o  civiles  nacían  al  amparo  de  la  recia muralla. El único recuerdo que existe de su emplazamiento, al menos sobre el suelo, son unos desgastados sillares reutilizados en un muro y el nombre con el que  se  conoce  al  lugar:  Atrio  de  San  Isidoro.  Más  bucólico  es  el  espacio destinado para su reedificación en el Retiro madrileño. Situada en la esquina noroeste del parque, junto a La Colina de los Gatos y a La Casita del Pescador, entre robles y castaños, y con los restos de una fábrica como vecino, asiste muda a la ignorancia de su existencia y de su valor.

Cuando Rotondo y Nicolau compró las ruinas, tan solo quedaba en pié poco más de  lo  que  hoy  se  conserva.  Nada  existe  de  la  fábrica  original,  posiblemente prerrománica, que viera la embajada con los restos del santo, siendo lo que ahora resta de una mejora llevada a cabo posteriormente. Quizá las palabras quién y cuándo nos ayuden a saber algo más de San Isidoro de Ávila. Claro está que en 1062 ya estaba en pié si bien su arquitectura era más arcaica que la actual, y se sabe, por una inscripción de una de las campanas, desaparecida, que en 1116 se le cambia su aspecto ya en un románico universal. Pero qué manos llevaron a cabo esa reforma y por qué motivo. Lo segundo es fácil de suponer: un nuevo arte traído de allende los Pirineos y nacionalizado en la ciudad de Jaca comenzaba a empapar los territorios peninsulares, cambiando en numerosos edificios religiosos el Arte Mozárabe por el jaqués.

En cuanto a lo primero, es ya más arriesgado. Posiblemente la respuesta esté en San Andrés y San Vicente. De hecho, en este segundo, estaría la hipotética clave. En un orden cronológico, primero se levantaría San Isidoro (o San Pelayo), casi inmediatamente San Andrés y por último la Basílica de San Vicente. Pero, ¿por qué nos daría la respuesta este magnífico edificio, sin duda uno de los mejores exponentes  del  románico  en  Castilla  y  León?  Si  uno  visita  los  tres  santos lugares, puede comprobar que el estilo es idéntico. Como se verá más adelante, las  portadas  se  componen  de  varias  arquivoltas  con  florones  que  apean  en columnas y jambas, todas carecen de tímpano, los florones son casi idénticos y la  iconografía  de  los  capiteles,  similar  en  todas:  se  ve  que  proceden  de  las mismas manos.

La Basílica de San Vicente fue comenzada a construir en 1109 por la cripta y la cabecera, paralizándose la obra durante cerca de cuarenta años y terminándose por el taller de un maestro conocido como Fruchel. Dicho personaje, de origen franco,  era  un  claro  conocedor  del  influjo  jaqués.  Llegado  a  este  punto,  se reducen las incógnitas porque, dada la igualdad de los tres edificios, ¿comenzó Fruchel directamente a trabajar en la basílica, o antes lo hizo en otros lugares como San Isidoro y San Andrés? Mi teoría es la siguiente: el taller de un cantero conocido como Fruchel, conocedor del románico jaqués, se asienta en la ciudad de Ávila llevando a cabo en 1116 la remodelación de San Isidoro; concluida ésta levanta la ermita de San Andrés incluyendo mejoras artísticas en su estilo, y, finalmente, acepta la conclusión de las obras de la basílica explayándose en todo  su  arte  y  conocimiento  arquitectónico  y  escultórico.  Las  obras  de  un edificio tan importante como la basílica dudo mucho que fueran llevadas a cabo por un taller del que nada se conociera, un riesgo que lógicamente se había de evitar.

Por ello las manos de Fruchel fueron siendo conocidas en la ciudad a través de sus actos, hermosos y seguros, y el maestro acabaría siendo contratado para finalizar las obras de San Vicente. Se trataría pues de un mismo taller. Como conclusión de este capítulo, comentar que también se encuentra decoración similar en otras portadas de la ciudad, si bien son algo posteriores. Por lo tanto la mano de Fruchel llegó a ellas, bien directamente o, lo más probable, por medio de discípulos. Todas siguen la estética del maestro, pero aun así difieren de las demás tratadas aquí. Lo último que se sabe del Maestro Fruchel es que diseñó y empezó a construir antes de su fallecimiento la Catedral de Ávila. San Isidoro y San Sebastián: “… habiendo adquirido la antigua ermita que estuvo en Ávila de los Caballeros destinada a la advocación de San Isidoro (…), para reedificarse en la provincia de España que mejor acogiere la elevada idea de perpetuar tan importante templo, en bien de la religión y del arte antiguo (…)”.

De  esta  manera  se  dirigía  D.  Emilio  Rotondo  y  Nicolau  al  presidente  de  la importante municipalidad de San Sebastián de las Vascongadas, con el objeto de que las ruinas fueran adquiridas por el ayuntamiento donostiarra. Para ello, Nicolau escribió una solicitud de su puño y letra, fechada el 8 de agosto de 1893, con la cual adjuntaba once fotografías y una relación detallada de las piezas que se venderían.  ¿Pero por qué motivo estaba tan interesado Nicolau en vender las ruinas a la ciudad de San Sebastián? Bien es cierto que pudo ofrecerlas a otras ciudades  importantes  y  más  adineradas,  hecho  que  no  se  descarta,  pero  la respuesta es mucho más sencilla: sentía un gran apego por la ciudad al poseer en ella una segunda vivienda en la cual residía en época estival. Para ganarse más posibilidades de venta, Nicolau no duda en aumentar el valor histórico y arqueológico de las ruinas, retrasando su datación al siglo VI; también propone su ubicación, el Monte Ulía, y que se erigieran como Panteón de Ilustres Vascos.

En cuanto al importe de la venta, Nicolau lo cifra en 50.000 Ptas, casi 144.000 € de  hoy  día,  que  serían  pagaderas  en  35.000  ptas.  al  otorgamiento  de  la escritura, y el resto en “cómodas” letras a dos años. Para estudiar la propuesta, la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Guipúzcoa celebra, el 25 de agosto de 1893, una sesión presidida por el Marqués de Cubas y de Fontalba, de la Real Academia de las Artes. El 11 de septiembre del mismo año se aprueba una petición de estudio de las ruinas, para la cual se solicita a Nicolau que amplíe  información.  Finalmente,  dicha  comisión,  a  la  cual  se  une  D.  José Gómez de Orteche, de la Real Academia de la Historia, rechaza la propuesta alegando que es mucho dinero, gasto que se puede invertir en otras mejoras para la ciudad.

Por los informes que llevara a cabo la Real Academia de la Historia para el Estado  entre  1892  y  1895,  podemos  saber  que  tenía  unas  reducidas dimensiones. Quiero comentar aquí lo que podría revelar una excavación sobre el emplazamiento original ya que los cimientos hablarían por sí solos. La ermita de San Isidoro constaba de una única nave cubierta con techumbre de madera, una puerta al medio día y otra a los pies, y un ábside semicircular con tramo recto presbiteral cubiertos con bóveda de horno y de cañón respectivamente.  Se desconoce la forma exacta de la cubierta de madera al estar hundida cuando se desescombra el edificio, que bien pudo ser plana, a dos aguas, o con aire oriental (hecho probable al hallarse la ermita al sur del arrabal de Santiago, asentamiento de judíos y moros). También disponía de torre o una espadaña; personalmente  me  inclino  más  por  lo  segundo.  Como  punto  final  a  la descripción general, breve por lo poco que ha llegado a nosotros, comentar que por la reconstrucción que realizara J. L. Gutiérrez de su planta, la cabecera estaba un tanto desproporcionada al ser más grande de lo normal comparando las dimensiones de la nave en sí; el aparejo de los sillares debió ser de muy buena factura por lo que se aprecia en el ábside.

Las ruinas: Dos son los elementos que conforman las ruinas de San Isidoro de Ávila: la portada, bastante deteriorada, y el ábside, sin dudarlo lo mejor del conjunto. El ábside en una iglesia es el Sancta Sanctorum, el lugar sagrado por excelencia. Otrora reservado al culto, cerrado a la feligresía, a lo mundano y terrenal, en el románico se descubre en su esplendor místico. Orientado al Este, es lo más cercano al nacimiento de lo divino.




El  ábside  de  San  Isidoro  hace  tiempo  que  perdió  sus  funciones  litúrgicas  y arquitectónicas. Derruido ahora, compite en una nueva pugna: perdurar en el tiempo. De planta semicircular, el paño está dividido en tres calles por dos semicolumnas  adosadas,  y  centrando  cada  espacio  una  ventana  con  fuerte derrame  al interior.  Si tomamos  unas medidas  in  situ, podemos  hacernos una  idea  de  las dimensiones,  pero he  de  advertir  que no  son  exactas aunque  sí  bastante aproximadas.  

Una vez más he de hacer un  comentario acerca  de  lo  que desvelaría  una excavación en el emplazamiento original. De esta manera se podría saber que el ábside de la ermita de San Isidoro tenía una luz en su interior que oscilaría entre los cinco y seis metros, con un ancho de muro de un metro y setenta centímetros aproximadamente y rondaría los dos metros en el presbiterio. Las tres ventanas se abrían a una distancia de noventa grados la central y a unos cuarenta y cinco grados la del evangelio y la de  la  epístola  respectivamente,  quedando  en  el  exterior  en  el  eje  medio  las semicolumnas  que  dividían  el  ábside  en  las  tres  partes  mencionadas.  Al  no tener el material ni los medios adecuados ha sido imposible ver cuánto mide de alto; señalar únicamente, que todo el ábside se levanta sobre un zócalo que sobresale por el interior veinte centímetros y tiene una altura de un metro y setenta centímetros en el exterior.

Por  los  restos  arquitectónicos  y  escultóricos  que  resisten  al  olvido  y  al abandono, unidos a la claridad de la piedra, la ermita de San Isidoro debió ser hermosa. Uno se puede imaginar los rayos de luz atravesando el translúcido mármol de los ventanales, e invadir la pequeña nave. Ahora las ramas de un árbol que crece bien pegado a los sillares velan esa luz. El interior del ábside está dividido en tres cuerpos: el inferior es un zócalo que discurre por todo el muro sobresaliendo unos centímetros de él. El intermedio o segundo cuerpo, sin relieves ni detalle alguno, parte del zócalo hasta una línea de imposta que sirve de arranque a las ventanas. Estas, ya en el tercer cuerpo, ocupan todo el espacio  hasta  otra  imposta  que  hacía  de  nexo  entre  el  muro  y  la  bóveda. Actualmente  es  imposible  saber  si  la  decoración  era  exclusiva  del  ábside, presbiterio y capilla absidal, o también corría por las paredes de la nave. De la totalidad del semicírculo, tan solo se conserva la parte central y el lateral de la epístola, además del arranque del presbiterio del mismo lado. 

El cuerpo de ventanas está compuesto de la siguiente manera:

1º/ Una línea de imposta que recorre todo el ábside compuesta por dos líneas que se entrecruzan entre dos baquetones, uno inferior y otro superior más grueso.




2º  a/  Tres  ventanas,  originalmente  abiertas  al  noreste,  este  y  sureste, aspilleradas al exterior y con fuerte derrame al interior, con dos arquivoltas que  apean  la  interior  sobre  un  par  de  columnas  de  fuste  liso  con  capiteles zoomórficos  y  fitomórficos,  y  la  exterior  sobre  jambas  sencillas.  Sobre  los capiteles, un cimacio compuesto por flores cruciformes inscritas en un círculo abierto acanalado y dos tallos enroscados en el ángulo superior izquierdo y en el inferior derecho. Cierra cada ventana una chambrana de ajedrezado jaqués.




2º b/ Los cimacios continúan en una imposta corrida con el mismo motivo tallado.

3º/ Una línea de imposta, también con entrelazado entre baquetones, cierra el muro y el cuerpo de ventanas, corriendo tangente a cada chambrana.

En cuanto a la decoración de los capiteles, es mejor verlos uno a uno. Ya he comentado que el ábside tenía tres ventanas de las cuales se conservan tan solo dos, por lo que el número de capiteles se reduce de doce a ocho. Todos son zoomórficos a excepción de dos que son fitomórficos. La talla y forma es similar a los capiteles de la ermita de San Andrés y la Basílica de San Vicente.

Capitel  A:  El  primer  capitel  que  se  describe  tiene  tallados  dos  animales afrontados y unidos por la cabeza. Debido al desgaste, no se aprecia bien a qué especie corresponden. El del lado interior tiene sobre su lomo algo parecido a una montura o dos especies de correas bajándole por el costado a la panza. ¿Estaríamos  hablando  de  un  caballo?  Hay  fuentes  que  quieren  ver  en  este capitel una representación de Sansón desquijarando al león, pero debido al deterioro de la talla no se ha podido confirmar. La figura del lado exterior, mucho más deteriorada, no muestra relieve alguno exceptuando una pequeña muesca, casi imperceptible, junto a la pata delantera.




Capitel B: El siguiente capitel, segundo de esta ventana central, muestra dos aves afrontadas unidas por el pecho entre tallos vegetales. Cada tallo parte del collarino del capitel y se mete entre las patas de cada ave para terminar en una especie de flor. En el ángulo y por encima del cuello de las aves, sobresale un motivo vegetal. Las aves están muy erosionadas por lo que no se aprecia la especie. En numerosas ocasiones, el ave asemeja el alma del ser humano y los enredados tallos el pecado. ¿Se podría aplicar a este capitel…?




Capitel C: El tercer capitel es el primero de la ventana de la epístola. En él se aprecia la forma de dos grifos afrontados y unidos por cabeza y pecho.




Capitel D: El cuarto y último capitel del lado interior es fitomórfico. De talla casi idéntica al de la portada de la Ermita de San Segundo, muestra cuatro alargadas hojas  curvadas  con  estrías  talladas  en  la  totalidad  de  su  longitud.  Las  dos centrales se unen por la punta en el ángulo y las exteriores se oponen quedando abiertas al exterior.




El exterior: En su parte exterior, el ábside está dividido en tres calles por dos semicolumnas  adosadas.  Éstas  tienen  un  diámetro  aproximado  de  treinta  y cinco centímetros y se alzan sobre una alta peana de unos setenta centímetros de ancho y cincuenta de fondo (la altura no ha sido medida ya que esa parte el terreno  donde  se  ha  reconstruido  la  ermita  hace  desnivel,  frustrando  toda tentativa de medición, si no exacta, aproximada). Cada semicolumna termina en  un  capitel  cuya  iconografía  es  imposible  de  determinar  debido  al  gran deterioro que presenta. El cimacio sobresale de la línea del muro corriendo por todo él en una imposta, detalle que nos dice claramente que el ábside carecía de canecillos.  En  cada  una  de  las  tres  partes  del  tambor  absidal  abren  las correspondientes  ventanas  (siempre  pensando  en  la  estructura  original).  





Al igual que en el interior, veamos ahora la composición en detalle:

1º/  Al  igual  que  su  homóloga  interna,  una  línea  de  imposta  que  sirve  de arranque a cada ventana, continúa por el muro exceptuando ahí donde corta la semicolumna, y su decoración también son dos líneas que se entrecruzan entre un baquetón superior y otro inferior.

2º  a/  Ventana  con  dos  arquivoltas  lisas;  la  interior  apea  sobre  un  par  de columnas de fuste liso y la exterior sobre jambas, centrando todo el conjunto una aspillera que abre en derrame hacia el interior. Cierra el conjunto una chambrana  de  ajedrezado  jaqués.  La  decoración  de  los  capiteles,  que  más adelante veremos, es también zoomórfica y fitomórfica, y el cimacio con flores cruciformes  inscritas  en  círculo  abierto  acanalado  y  con  los  mismos  tallos enroscados en dos de sus cuatro ángulos.

2º b/ Sigue el cimacio de los capiteles en una imposta corrida con la misma decoración cortando donde cruzan las semicolumnas.

3º/ Por último, una tercera línea de imposta en el extremo del muro, también con  flores  cruciformes  dentro  de  acanalados  círculos  abiertos  y  tallos enroscados, con la salvedad de que no es cortada como las anteriores, sino que sigue por el cimacio de los capiteles de las semicolumnas sobresaliendo de la línea  del  muro.  Ningún  alero  se  encuentra  en  esta  estructura  carente  de canecillos, ya que la cubierta partía directamente de este punto.





Los capiteles repiten la temática y talla del interior.

Capitel E: En este primer capitel se ven dos leones afrontados y unidos por sus respectivas  cabezas.  Estas  se  muestras  agachadas  mirando  al  suelo  (no  hay señal alguna de que devoren algo), y el rabo lo tienen enroscado bajo los cuartos traseros para acabar reposando sobre el lomo. El león en el románico puede tener significado positivo (Cristo, León de Judá) o negativo (Satanás). La cola sobre  el  lomo,  señal  de  nobleza  y  sabiduría,  y  la  cabeza  gacha  en  acto  de sumisión hacen que opte por el.

Capitel F: Este segundo capitel es una muestra clara de la lucha entre el bien y el mal. En la cara externa se ve a un jinete sobre un cuadrúpedo, que bien puede ser un caballo, y en la cara interna una sirena con cola de pez enroscada sobre sí misma. El mitológico animal representa al pecado, lastre del hombre medieval, y el jinete el instrumento de Dios, ya sea en buen hacer o la Palabra Divina, que intercede para que el pecador quede limpio de Espíritu.

Capitel G: Repite en temática al mismo del interior. En el se ven las figuras de dos grifos afrontados.
Capitel H: También es igual a su homólogo interior. Mucho más desgastado, repite la temática vegetal de tallos con hojas estriadas longitudinalmente a los mismos.

Por lo que se ha podido ver, la talla de los capiteles gira en torno al bien y al mal. Cierto que es conjeturar demasiado, sobre todo teniendo en cuenta que faltan los cuatro capiteles de la ventana más septentrional, pero bien nos podría decir todo el conjunto que el hombre que no sigue la Palabra de Dios (leones con  la  cabeza  humillada)  puede  verse  abordado  por  innumerables  pecados (aves entre tallos), por lo que tendrá que luchar para limpiar su alma (jinete contra la sirena) si quiere llegar al Paraíso (capiteles vegetales).

Del presbiterio: Actualmente nada queda del presbiterio que tuviera la ermita. Parece  ser  que  éste  desapareció  unos  pocos  años  antes  de  la  compra  por Rotondo  y  Nicolau.  Pero  afortunadamente  se  puede  saber  cómo  era  su estructura gracias a unos grabados que se hicieron para la obra Monumentos Arquitectónicos de España. El cuerpo presbiteral se cubría con bóveda de cañón y estaba dividido en dos tramos por medio de un arco fajón que apeaba en dos semicolumnas adosadas al muro sobre alta peana. En cada tramo tenía un par de arcos ciegos a la misma altura de las ventanas del hemiciclo que carecían del doble bocel y la chambrana. Las impostas corrían exactamente igual que en el ábside, y la iconografía de los capiteles era la siguiente:

Arcos ciegos:
 Leones afrontados y en postura similar al capitel del exterior del ábside.
 Hojas de acanto
 Aves

Arco fajón:
 Leones entre motivos vegetales
 Elefante con castillete sobre su lomo (similar al que hay en San Vicente)

Al  exterior,  el  presbiterio  se  articulaba  idénticamente  que  el  interior. Semejante composición la encontramos en la Basílica de San Vicente y, más que en cualquier otro lugar, en la Ermita de San Andrés. Apuntar por último que todo el conjunto de la cabecera estaba elevado respecto a la nave, teniendo que acceder por medio de unas escaleras. Este detalle le hizo ser a la Ermita de San Isidoro única, ya que ninguna otra iglesia de Ávila repitió la articulación de una cabecera elevada.
De la portada. El ingreso a la ermita de San Isidoro se efectuaba por medio de dos puertas, una abierta al medio día y otra, desaparecida, a los pies. Quitando la temática iconográfica, totalmente erosionada, su estructura arquitectónica está más o menos bien conservada. Estamos hablando de una puerta formada por cuatro arquivoltas de las cuales la interior y la exterior apean sobre jambas lisas, y las dos interiores sobre dos pares de columnas de fuste liso y unos veinte centímetros de diámetro, que a su vez apoyan en basas áticas muy deterioradas. Tiene una luz al exterior aproximada de tres metros y setenta centímetros, y su situación ronda los quince metros desde su eje medio hasta el arranque del tambor  del  ábside.  Los  capiteles,  en  los  cuales  apean  dos  de  las  cuatro arquivoltas de la portada, tenían en su labra grifos afrontados con la cabeza vuelta, y hojas similares a las que se pueden ver en el ábside. Si uno se fija, todavía se pueden apreciar. De las cuatro arquivoltas, la primera y las dos más exteriores muestran florones del tipo de los de las portadas de San Andrés y la meridional de San Vicente. La restante tiene como único adorno un grueso baquetón.  Algo  mejor  conservado,  al  menos  las  piezas  que  existen,  es  la chambrana  de  ajedrezado  jaqués  que  cierra  la  arquivolta  más  exterior.  El cimacio de los capiteles continuaba en imposta corrida, por lo que se puede apreciar  en  los  pocos  vestigios  aislados,  repitiendo  las  flores  cruciformes inscritas en círculos abiertos acanalados y tallos enroscados. Se dice que el vano de ingreso a un templo es el punto de transición entre la oscuridad del exterior y la luminosidad espiritual del interior; en multitud de iglesias aun es así, pero en San Isidoro de Ávila ya se apagó esa luz…”


No hay comentarios:

Publicar un comentario